
El tiempo había hecho con ella la labor de un artimañoso perfeccionista a la hora de exponer sus vulnerabilidades. Es que era muy simple, (quizás excesivamente),conmoverse ante una cotidianeidad creída marchita, pseudo libertad rutinaria. Mientras la aguja naufragaba en el sinfin de posiciones, su cabeza recorría algo confundida aquellas viejas orillas como si buscara algún detalle que la afirmara en el presente, que la desaturdiera entre el tumulto de olas. Los barcos en los que había pasado su vida le habían dejado como resultado un olor a nitro que el jabón era incapaz de llevarse y astillas que ya eran tan parte de su cuerpo como sus manos, o piernas. Masticó su sien. Seguía surfeando amaneceres en su desesperada búsqueda y ningún incipiente rayo de luz parecía alumbrar la penumbra en la que se encontraba. Siempre esa aguja. Todo empezaba y terminaba allí. El registro que llevaba de cada uno de sus viajes la hizo temblar por unos instantes. Había tanta precisión y tan poca claridad. De pronto lo supo. Las cubiertas, las velas, ¿y el timón? Por fin, el norte, por fin.
14/12/06
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