Esperanza tiene ganas de llorar y no se acuerda cómo.
Fuerza sus ojos por una lágrima, imágenes sobran. Se agarra de aquel día en que cuando niña perdiera a su padre, recuerda cuando años más tarde se peleó por primera vez con Fermín. Se acuerda de todas esas tardes esperando que el tren le regresara eso que nunca vendría.
Esperanza se da cuenta de que lo está pensando demasiado y quizás ahí radique el problema. Busca poner su mente en blanco, sentir sus emociones pero no puede. Esperanza no siente nada, o al menos pareciera víctima de un corto circuito de esos que son típicos de los adultos donde alma y cuerpo se declaran la guerra y se cortan los cables y quedan incomunicados indefinidamente. Esperanza no quiere cortar ese cable. Busca y busca como llegar. Mientras camina, camina sin parar, ella nunca supo mirar hacia atrás. Y todo pasa, todo pasa a su alrededor, se suceden árboles, colores, figuras y formas. De repente sin anuncio previo Esperanza rompe en llanto. Es un llanto desordenado, descontrolado, no se sabe dónde termina una lágrima y empieza la siguiente. En el medio del mar salado Esperanza ríe y recuerda una frase que le dijera su padre: Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo.
Esperanza voltea con la determinación de quien sabe de antemano hacia donde se dirige.
Bienvenidos al tren
Bienvenidos al tren!
Sí, es posible que más de una vez descarrile. También puede hacer paradas en pueblos hostiles y estoy en condiciones de asegurar que va a transitar por parajes inhóspitos. Por momentos es más lento que el Gran Capitán y se viaja peor que en el Sarmiento. Aún así sean bienvenidas aquellas almas que quieran someterse al trajín de desempolvar recuerdos, construir anécdotas y volverse cada día un poquito más locas. Estos son mis vagones, fotos instantáneas de momentos irrepetibles. Fragmentos de un presente escurridizo que nunca se deja atrapar, porque este instante ya pasó.
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