INSTRUCCIONES PARA CAER Y LEVANTARSE
Siga caminando, cuando se de cuenta ya estará de nalgas en el suelo, en esa posición incomoda que tienen los muñecos para estar nomás. Acto seguido procede una larga y obstinada reflexión sobre la conveniencia de quedarse ahí en el suelo. Pero ya se alejan los compañeros y la picada esta lejos de parecer un claro camino, claro. Tampoco es cuestión de quedarse ahí toda la vida, con el lodo llenándome el alma y la mochila, así que llega el momento de levantase, situación difícil e impredecible en sus resultados.
Tal vez es mejor seguir en el suelo y arrastrarse poco a poco, pero, además de ser poco estético, es impracticable (créanme, lo he probado), siempre habrá alguna raíz oculta o una espina que nos retenga, y entonces nueva reflexión sobre lo cómodo que se puede estar sentado en el lodo, no obstante los mosquitos, moscos y moscardones.
Decidido ya a levantarse, que siempre es lo mas difícil, procede esa complicada operación que consiste en apoyarse en manos y rodillas de donde fuere y tratar de poner el pesado caparazón sobre la espalda (tan sencillo, y pesado, que es llevar la casa a cuestas: apenas un plástico y una hamaca).
Pero la mochila se obstina en llevar otras cosas absurdas: algunos libros de poemas, un poco de ropa, un calcetín sin su par, la medicina para el mundo, comida, una húmeda cobija... El conjunto de la carga pesa toneladas (sobre todo después de las primeras horas de caminata) y tiende a atorarse cada vez que le viene en gana, es decir, casi siempre. Ya tortuga boca abajo consigue poner un pie y alzarse sobre el otro, con la consiguiente protesta de las rodillas, el horizonte entonces se ensancha y siempre será ajeno. Con la mirada en el suelo se reemprende la marcha hasta la nueva caída, que será apenas unos pasos adelante. Y la historia se repite...
(...)
Lacandona,
Chiapas, México, 1984-1989.
Subcomandante Marcos
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